Federico G. a. Zamudio.
Despertar todos los días con los pronósticos de una catástrofe económica se vuelve una costumbre para el ciudadano común.
Desde tiempos inmemoriales en la Argentina existen varias formas de ganar adeptos y votos políticos, lamentablemente la menos usada es la concreción de las promesas proselitistas, principalmente gobernando para todos.
En esa línea, las que más se usan, sobre todo para eliminar oponentes, son las que se sufren si se creen, y se pueden destacar dos, en primer lugar: la difamación, que puede aplicarse directamente en declaraciones a la prensa o iniciando cadenas en las redes sociales, o últimamente con la persecución judicial o lawfare, usando la vía legal con acusaciones fundadas o no. Y en segundo término la que ocupa un lugar predominante: el sistema creador de caos.
Este último es el más adoptado por los políticos que perpetúan la oposición como mecanismo proselitista (por algo usualmente los llaman opositores), negándose a todas las medidas que toman los oficialistas, aunque desconozcan de qué se trata, simplemente haciendo uso del arte de oponerse con la manipulación de una herramienta fundamental, la prensa llamada amarillista o sensacionalista.
En ese orden, y siendo los ejemplos dignos de mención innumerables, principalmente oligárquicos y represivos, uno de los que frecuentemente salta a la palestra para señalar en la correcta forma hitleriana es el senador nacional de la UCR, Martín Lousteau, quien no deja de usar la palabra fracaso en cada frase que dice cuando se refiere al gobierno actual.
Otro de los que -con un estilo diferente- implementa el mismo sistema es el jefe del Gobierno porteño, Rodríguez Larreta, quien con soltura y seguridad vaticina la caída al precipicio socio económico de todos los argentinos que no lo voten en las próximas presidenciales.
Casi a la misma altura, y con una virtuosidad histriónica característica, está el diputado nacional por el partido La Libertad Avanza, Javier Milei, que con su estridente capacidad escénica realiza los mismo vaticinios y pronósticos catastróficos, promoviendo su candidatura con un ímpetu mesiánico.
Así las cosas, y sin abundar en más ejemplos, la premisa es distinguir la intencionalidad de los argumentos que utilizan los que se oponen, y una de las maneras de hacerlo es recurriendo a un viejo dicho que reza: “Para saber adónde vamos hay que ver de dónde venimos”, y ese pasado que se ve, el neoliberal y fascista, es el que se ve malignamente reflejado en esos discursos.
En breve la población se verá enfrentada -básicamente- a dos puertas, una abrirá el camino a la idea del gobierno actual -con variantes- y la otra a una trágicamente distinta, y aunque pueda parecer difícil vislumbrar cuál es la correcta, solo hay que recordar que, quienes ahora despotrican contra el Estado nacional, con las mismas promesas de hoy antes hundieron el país y causaron tumultos sociales como los de 1989 y 2001.