Federico G. A. Zamudio.
En toda sociedad capitalista existe una clase en el poder que ejerce el control de las demás por vías diferentes: fuerzas armadas, policiales, aparato judicial, etcétera y, sobre todo, el régimen de ideas dominantes.

Este es un fenómeno que no dejó de manifestarse en la Argentina, reflejando con ello el panorama típico de la lucha de clases, donde salta una de sus particularidades, luego de gobiernos liberales triunfa el justicialismo aparatosamente y luego zozobra para mantenerse cuando surgen los obstáculos de la oposición, de algunos partidarios o, incluso, plantados por sí mismo.
El peronismo, se señala, ha sido el producto de un acuerdo entre clases, por el cual el manejo de la política -y buena parte del clima cultural- respondía a un empresariado que gobernaba por detrás de las autoridades. Y el acuerdo entre clases fue facilitado por la incorporación en masa de los “cabecitas negras”a la provincia de Buenos Aires y a su industrialización, tan dependiente del extranjero como la anterior venta de carne y semillas, pero bajo otra forma.

En ambos puntos surgen dos factores de importancia: la inflación y el dólar. La primera tuvo una forma de dominio que caracterizó a la mecánica de la llamada “sociedad del bienestar”, surgido a partir de 1880 y afianzada a partir de la II guerra mundial, y en cuyas consecuencias la oligarquía argentina estuvo muy interesada, especialmente porque ganaderos y productores de trigo aguardaban otro capítulo -que no se dio- para vender sus productos en los países que participaban en los conflictos bélicos.
Con respecto al dólar, su mediación permitía regular la provisión de insumos y maquinarias en la industria norteamericana que, tras la guerra, iniciaba su reinado, el que hoy está en crisis y en desmantelamiento.

Ahora bien, mayoritariamente la clase obrera actuó con la orfandad de quienes venían del campo y habían sido estrujados por caudillos o terratenientes, pero esto en cierto punto dejó de ser una norma. La existencia obrera y las convicciones socialistas habían ya coexistido en el siglo XIX, de hecho, a mediados de esa centuria se publicaron en Corrientes trabajos de Feuerbach o Mazzini.

Más adelante, el año 1919 fue testigo de una cruenta movilización, que tuvo como participantes a trabajadores de los talleres Vasena, en la zona de San Telmo, Buenos Aires, que concluiría en lo que se llamó “la semana trágica”. Este tipo de manifestaciones obreras se sintió repetidamente después, aunque se hacía hincapié en que el orden natural entre obreros y patrones (el capital y el trabajo) residía en el diálogo.
Ahora, a pesar de lo que viene ocurriendo desde hace más de 100 años, Sergio Massa entrevista casi con frecuencia diaria a representantes del empresariado, mientras que en su mesa los obreros no existen, al mismo tiempo en que se insiste en que los inversores tienen que traer los dólares para invertir y proveer de trabajo “a los humildes”, como si el “trabajo de los humildes, arrebatado por la patronal, no fuera el origen de la riqueza”.

De esta manera, se puede decir que el contenido obrero-popular del peronismo ha estallado otra vez, y que no es la primera oportunidad en que lo hace, habida cuenta de cuando el fascismo militar, patronal y adicto al Opus Dei desató su represión sobre los trabajadores, y más cerca en el tiempo la insurrección de 2001, tras la cual mucho se habló en los sectores populares sobre la necesidad de un poder popular, pero de tipo diferente, similar al que se plantea como necesidad o realidad en otros puntos del mapa sudamericano, como Cuba, Bolivia o Venezuela.

Al respecto, últimamente se ha hablado de la “creación de la república comunal de Sudamérica”, lo que daría las herramientas para destruir el centralismo estatal, el cual resalta el clasismo, la dominación, la opresión y la alienación. Las oportunidades para buscar soluciones son impredecibles, incluso durante el mediático juicio a la vicepresidente, entre los argumentos de su defensa asomó una repetida demanda popular: el apuntar hacia algo más y la profundización, consecuentemente, del orden democrático.
Siguiendo esa línea, aquí también se podría recordar lo que escribiera en su momento el general Perón sobre la solución de la crisis en la Argentina, que ante una “situación de emergencia” esperaba “hacer un Gobierno de emergencia”, en el que participaran “todas las fuerzas políticas unidas y solidarias”.
Por lo pronto, esa vida en la misma red, de trabajadores y patrones, propia del peronismo, es lo que Fernando Rosso llama “la hegemonía imposible, dos tentativas hegemónicas, si se quiere, convivientes sobre un balancín”.