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11 diciembre 2024

Acerca del método de hacer política

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Para el filósofo Carl Schmitt lo político se nutre del combate, la lucha, la guerra, y para ello es esencial la distinción amigo-enemigo. En este antagonismo radica la esencia misma de lo político.

El politólogo nazi Carl Schmitt expuso en El concepto de lo político (Der Begriff des Politischen – 1927) y Teoría del partisano (Theorie des Partisanen – 1963), textos que siguen siendo estudiados en ciencias políticas, las bases de lo que luego se replicaría como método en la política contemporánea en todo el orden global, sin distinción entre democracias, autocracias o dictaduras, aunque con matices, desde luego.

Para Schmitt lo político se nutre del combate, la lucha, la guerra, y para ello es esencial la distinción amigo-enemigo. En este antagonismo radica la esencia misma de lo político. Dentro de ese antagonismo se halla la figura del partisano, quien es combatiente y criminaliza al adversario y se propone exterminarlo, no espera gracia ni justicia del enemigo, enredado en un círculo de terror y contraterror hasta la aniquilación. Si bien estos textos fueron escritos en un contexto beligerante, el esquema, el esqueleto, sigue siendo aplicado metodológicamente por la política occidental.

Nadie inventó la pólvora

En la lógica discursiva de la política actual se menciona como crítica la tónica de tratar al otro como enemigo, en lugar de adversario. El término enemigo no debe tomárselo como literal pues no se advierte en la región un contexto de conflicto armado sino de “guerra discursiva” entre los aspirantes a llegar al poder. Más allá de la alta conflictividad social, debe ser visto como puro folklore político. Lo curioso es que, la lógica amigo-enemigo no la inventó ningún partido político reciente, sino que puede remontarse a la época medieval del combate contra las brujas. Dicho método milenario fue implementado por todos (sí, por todos) los actores políticos, sin distinción de ideologías. Aun por aquellos que son críticos de los antagonismos.

Añoranza de un consenso que dejó de existir. ¿Ni existirá?

El último gran consenso político luego de la recuperación de la democracia fue el Pacto de Olivos, de 1994, entre los dos partidos más tradicionales y homogéneos de la época, la UCR y el PJ. Luego, dicha homogeneidad empieza a agonizar con la llegada del “que se vayan todos” y el inicio del fin de los partidos políticos tradicionales como los conocíamos. Y con el surgimiento de un sistema de alianzas, hasta la actualidad, con contradicciones internas evidentes.

Más allá de alianzas parlamentarias aisladas, puede decirse que a medida de que los antagonismos fueron creciendo al calor de la efervescencia política -ya sea por razones políticas, económicas y hasta ideológicas- lograr un consenso (con sentido de profunda autocrítica) seguirá siendo una utopía. Ello se ve demostrado, entre varios aspectos, en la arena del Poder Judicial (al que también le cabe una profunda autocrítica).

Y esto es porque a medida que los puntos antagónicos se distancian, difícilmente puedan lograrse consensos, máxime cuando cada uno de los actores debe ceder en sus intereses para lograr una coincidencia. ¿Existe necesidad de consenso? Desde luego. Y es que el problema no solo es local, sino regional. Conflictos en Ecuador, Chile, Perú y nuestro país demuestran la gran atomización ya no de partidos políticos solamente, sino grupos de poder, donde la imagen de dirigentes políticos posee limitado hándicap de inicio.

Definir es limitar. El otro.

Definir al otro se empieza a tornar un problema en el discurso político a la hora del enfrentamiento ya que cada partido político demuestra evidentes contradicciones internas. Si no puede definirse uno hacia adentro difícilmente pueda definirse al otro, lo cual distorsiona el debate. Parte de la sociedad es testigo involuntaria de ello y al no ver satisfechas sus necesidades se gesta ese sentimiento de rechazo a todo aquello que pueda ser asimilado a lo político, lo que otorga la posibilidad a nuevos outsiders con impunidad de palabra. Estamos discutiendo si el agua moja. Naturalizamos lo aberrante. Tampoco en el legítimo derecho que posee todo ciudadano de participar en política se aprovecha la oportunidad en presentar proyectos de salida del caos. Y parte de la ciudadanía solo se queda en esa idea de que cualquier cosa es mejor de lo que está o estuvo, presa del enojo, anclada por la decepción.

El nuevo amigo/enemigo: política-anti política (o neopolítica)

En la región, con algunas excepciones, surgieron movimientos anti política con gran participación en el debate público. Nuevos outsiders, que van teniendo mayor apoyo a medida que crece el descontento social con la clase gobernante. La tarea discursiva de los nuevos grupos es sencilla, apoyarse en aspectos que la sociedad ve como detestable en los gobernantes. Ya sea el excesivo gasto, privilegios en los tres poderes del Estado, economía en problemas, etc; muriendo solo en la crítica. No se presentan como la nueva política, pues cualquier desvío los acerca en lenguaje y percepción a lo que denominan “casta”, sino como una masa amorfa desde lo argumental, crítica de la clase gobernante (y opositora), pero solo hasta ahí. Vacía en el contenido de propuestas. Solo en este escenario puede definirse al otro, al antagónico, pero con serias dudas de la solidez y perdurabilidad de dicha distinción.

Lo cierto es que más allá de esta descripción la solución sigue siendo política, porque aún en la negación de la misma, configura un acto comunicativo netamente político. Los que proponen un mundo sin política no especifican cuál será la matriz de orden y gestión de los problemas sociales. La pregunta no es solo cómo se servirá un plato de comida en los barrios más postergados de la región, mientras se piensa y se implementa un plan de salida de la pobreza, sino cómo se gestionará la matriz productiva y generación de trabajo genuino, cómo accederá el país a las nuevas tecnologías, sistemas de control (compliance), etc. Eso solo puede darlo la política, depende de los ciudadanos cómo formatearla.

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