Federico G. A. Zamudio.
Si el ciudadano común cae en las trampas idiomáticas, las consecuencias en la población pueden llegar a ser devastadoras.
Desde hace alrededor de 3.000 años se trata de interpretar a los distintos libros que constituyen La Biblia, dándole siempre la forma más conveniente a las creencias del lector de turno, y no asombra ver una notoria semejanza con los maledicentes argumentos políticos interpretativos sobre lo que dicen o hacen en el Gobierno de Fernández.

La oposición nacional está inmersa en discursos de políticos que destruyen el significado de las palabras a fin de engañar a sus oyentes con la demagogia clásica de la mentalidad centrada en la oligarquía, que se embadurna en los problemas resaltando la crisis arrastrada por sus propios mandatos y minimiza los logros de sus opositores, festejando la pesadumbre del ciudadano para sacar réditos políticos, sin importarle el bienestar de la población y siempre apuntando a un lujurioso triunfo partidario.
La huestes de la derecha, tratando de obtener ganancias, mantienen revueltas las aguas y una exacta consistencia en los repetitivos argumentos: las internas con Cristina Kirchner, la crisis económica, y el FMI. En el primero de los casos, el volumen del discurso aumentó al punto de que el falso ambiente creado puede llegar a convencer hasta al más entendido.

Con respecto a la situación económica, se apoyan en los traspiés normales y desestiman incluso los marcadores de datos en crecimiento, para seguir arremetiendo y usando la única palabra que conocen bien: caos. Desechando, por ejemplo, que las ventas pymes acumuladas demuestran un aumento del 5,4 por ciento en los primeros cinco meses del año, y en el lapso enero-abril las ventas al exterior de carne vacuna sumaron 184,6 mil toneladas. Por último, el álgido tema del FMI, un convenio que funciona para no empobrecer al país, como ya lo hicieron los gobiernos de quienes más lo cuestionan. Pero, como bien se sabe, es más importante desestabilizar que ofrecer soluciones, ya que ese proceder no conviene a los intereses personales de ciertos políticos sedientos de sangre.
De esta manera, es tal el encono de algunos, que usan como insulto -siguiendo una tendencia de distorsión que cunde no solo en Argentina- para los tres mandatos: Kirchner-Fernández-Fernández, la palabra populista y, evidentemente, lo único que consiguen con semejante parodia de agresión es mostrar el poco conocimiento de su idioma natal, ya que populismo, para la Real Academia Española es una tendencia política que pretende prestar atención especial a los problemas de las clases populares, proviene del latín: populus, y vaya sorpresa, el término deriva en pueblo, por lo cual los que ridículamente quieren agredir con ella muestran precisamente, aparte de ignorancia, su absoluta discriminación al poder ciudadano.

A tal punto llega la lingüística “confusión”, que cuando el ex presidente Mauricio Macri manifestó -a modo de crítica- que Hipólito Yrigoyen estuvo relacionado al impulso del populismo en América Latina, el gobernador de Jujuy, y titular de la Unión Cívica Radical, Gerardo Morales, tomándolo como una abierta agresión y siguiendo la línea del desconocimiento cargó contra él expresando: “Si tu intención es romper Juntos por el Cambio para buscar un acuerdo con sectores de la extrema derecha antidemocrática, lo mejor es decirlo concretamente”.

Además acusó al líder del PRO de “denigrar la figura histórica de una persona que entregó su vida por una mejor Argentina”.
Sin lugar a dudas hay un punto para cada uno, y hay que tener en cuenta que las arraigadas convicciones permiten olvidar que durante su presidencia el fundador de la UCR, pese a dar acceso al poder político de los sectores socioculturales denominados clase media, y haber sancionado reglamentaciones para proteger a los campesinos y crear cajas jubilatorias para los empleados públicos, fue el ilustre observador -y a veces promotor- de sangrientos hechos, como los de la Semana Trágica, la Masacre de La Forestal y la llamada Patagonia rebelde, donde miles de obreros fueron asesinados por las fuerzas de seguridad -a las cuales les impartió la orden de reprimir- y grupos parapoliciales de extrema derecha, entre cuyos dirigentes había miembros del partido gobernante y contra los cuales el Gobierno no tomó medidas para detenerlos

Lo cierto es que ambos contendientes, en lucha proselitista para las próximas elecciones, chocan a favor y en contra del discurso liberal de derecha dura que está en boga, que en el país tiene como exponente más conocido al diputado Javier Milei, y que a nivel regional tiene como ícono al nefasto Jair Bolsonaro.

Claramente están lejos de tener la mente puesta en el mínimo bienestar de la población, y tienen su contrapunto en el ministro de Desarrollo Social de la Nación, Juan Horacio Zabaleta, quien, en una entrevista, manteniendo su bajo perfil respondió con notable coherencia sobre las intenciones proselitistas: “Me da un poco de vergüenza hablar de 2023 en un merendero o un comedor. Voy y pregunto qué hace falta, cuántos pibes o familias siguen yendo, o cuántas bandejas llevan a cada casa. No hablemos de 2023, no es bueno ese camino. Pensemos que hoy o mañana hay argentinos que tienen que estar mucho mejor”.
Y agregó: “Nosotros no nos juntamos en 2019 para ganar una elección, sino que decidimos construir esta coalición política para acomodar el desastre que nos dejó el gobierno de Macri. Más allá de las discusiones o las diferencias, tenemos que sacar a la Argentina adelante”.