Cuándo y cómo se produjo el contagio es parte del secreto. El mandatario dice que se repuso favorablemente. Estuvo bailando chamamé.
“No es lo mismo que te agarre coronavirus teniendo tres vacunas, que ninguna. La mayoría de los que la pasan mal en el hospital de campaña no están vacunados”, pontificó el gobernador Gustavo Adolfo Valdés antes de soltar la información más importante de lo que va del verano correntino ante un puñado de periodistas amigos.
La novedad es que el mandatario provincial se contagió de coronavirus y ya logró superar el cuadro clínico, al menos eso es lo que él dice. “No la pasé mal”, afirmó muy resuelto antes de entregarse al baile en la Fiesta Nacional del Chamamé el sábado a la noche.
Puede que el Gobernador haya conseguido reponerse satisfactoriamente del contagio de covid-19, ojalá así sea, pero es innegable que está comenzando a dar muestras de un síndrome muy común en los políticos exitosos en las urnas: la soberbia. Enfermedad muy común, altamente transmisible en el círculo del poder y del que resulta muy difícil de sanar sin un tratamiento adecuado. Indispensable, tener un equipo multidisciplinario que lo contenga para mantener los pies afirmados en la tierra y evitar así el sentimiento de superioridad con el que suelen metabolizar el súbito crecimiento los dirigentes jóvenes y prometedores.
Es probable que Valdés no tenga internalizado las exigencias que incluye el rol institucional que ostenta, recientemente renovado con el 80% de los votos del electorado provincial. Sin embargo, tendrá que hacerse a la idea de que su salud ya no es parte de la intimidad, lo mismo que su patrimonio, su estado civil, sus círculos de amistades y vínculos sociales. Sus viajes. Ahora, toda esa parte de su vida está expuesta al escrutinio público, porque se trata del Gobernador de la Provincia de Corrientes y tiene la más alta responsabilidad entre los correntinos.
En ese paquete está también, por ejemplo, la responsabilidad de cuidar su salud y de ser trasparente si algo llegase a suceder. Como efectivamente ha ocurrido: Valdés se contagió de un virus que ha provocado una pandemia, que ha derribado casi todos los paradigmas sanitarios que sigue provocando dolor y sufrimiento a miles de familias y él lo mantuvo en secreto.
¿Dónde y cuándo se contagió de covid el gobernador Valdés? son los datos que han quedado en reserva. ¿Cómo atravesó la enfermedad, en qué lugar realizó el aislamiento, quien hizo el seguimiento de su cuadro clínico y le dio el alta? Todas preguntas extraviadas en la cerrazón de una administración que pareciera no prestarle debida atención a las formas institucionales.
Sucede que aunque suene exagerado, la salud de Gustavo Valdés es una cuestión de Estado. Corresponde informar; es una “novedad de bulto”, como decía un veterano periodista correntino que supo transitar las redacciones y los pasillos del poder local. Y vaya si el contagio del Gobernador provincial es una noticia trascendente, que tiene que llegar a la ciudadanía. Especialmente porque Corrientes está atravesando un momento crítico con la pandemia; el brote de contagios se aceleró exponencialmente desde el inicio del nuevo año -casualmente cuando desapareció el mandatario- y además se multiplicaron los casos fatales. En apenas 16 días se produjeron 56 decesos por covid en el hospital de campaña.
En este escenario, muy complicado desde el punto de vista epidemiológico, la reaparición del Gobernador relatando como una anécdota que él mismo tuvo covid-19, que no sabe dónde se contagió y que no la pasó tan mal, lejos de reforzar el mensaje de concientización instala una sensación de relatividad, que mal direccionado puede ser pernicioso ya que vuelve superficial toda la batalla contra el virus. Tanto más si el comentario se desliza en medio de una fiesta chamamecera, con todo lo que ello implica.
Será eso lo que se pretende, imponer una liviandad que vaya gradualmente desenfocando la atención social de la emergencia. El cambio de estrategia para hisopados y aislamientos (en el que han coincidido Nación y todas las provincias) es el primer paso hacia la relatividad del riesgo sanitario, que comienza con la precariedad del diagnóstico. Cuando no se sabe con certeza si se está o no contagiado, de hecho la enfermedad tiende a desaparecer porque no hay registro fiable ni documento clínico.
En esa liviandad se inscribe el secreto de Valdés y su gobierno, el de suponer -equivocadamente- que la convalecencia de un jefe de Estado es un asunto privado.