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La necesidad de una asamblea popular que sirva de modelo progresista

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Donde las formas primitivas de gobierno podrían convertirse en las modernas estructuras estatales.

Cuando el imperio griego dominaba casi todo el noreste del Mediterráneo, incluida Asia Menor, se produjo un cambio social que tarde o temprano afectaría al resto del mundo, el inicio de la democracia. Con ella, después de un periodo de cambios, se fueron esbozando los que se convertirían en los tres poderes del Estado, que primitivamente fueron: un tribunal, uno encargado de funciones administrativas y de manejar el ejército, otro legislativo y, por último, una asamblea popular, cuya importancia será determinante a lo largo de los siglos en los países donde se implemente.

En el año 1813 fue instaurada una asamblea general constituyente, constituida por diputados, que introdujo profundos cambios políticos y sociales, y que fue convocada por el segundo Triunvirato de las Provincias Unidas del Río de la Plata, que había accedido al poder en 1812. Entre sus objetivos estaban: que los representantes de los pueblos libres reconocieran la soberanía del pueblo, redactaran una constitución que definiese el sistema institucional del nuevo estado, y entre sus logros: la abolición de la inquisición y las torturas, la libertad de vientre de las esclavas, el fin del tráfico de esclavos y la declaración de la libertad de cultos y de imprenta; además de la proclamación de la teoría de la representación política, la declaración del principio de soberanía del pueblo, eliminación de los mayorazgos y títulos de nobleza, liberó a los indígenas de la obligación de pagar tributo y del servicio personal (la encomienda, la mita y el yanaconazgo). Por otro lado, aprobó el uso de varios símbolos patrios y mandó acuñar la primera moneda. Durante casi dos años funcionó hasta el regreso al trono de Fernando VII.

Como se ve, en este lugar de Sudamérica los primeros legisladores fueron diputados, ya que recién en 1824 crearon la Cámara de Senadores, cuyas funciones serían las mismas, pero dándole prioridad a las decisiones senatoriales y causando retardos y estancamiento en las sanciones de leyes -en el mejor de los casos-, ejemplos de ello llenan los libros de actas y, sin ir más lejos, tenemos la controvertida ley de interrupción del embarazo, cuyo proyecto fue presentado en 2006 y terminó siendo aprobado -con modificaciones- catorce años después.

En este punto es dable destacar que el mejor trabajo de los diputados -sin la existencia de senadores- fue el de formar la asamblea, cuya forma institucional en la actualidad está invadiendo parte de Sudamérica, a veces con tropiezos y demasiado lenta, pero lista para instalarnos en la ruta de quienes nos llevan la delantera y enfocada en ser una alternativa para modificar la crisis sistémica de los países que la adoptan. La sanción de esa iniciativa podría permitir investigar a fondo qué tipo de democracia queremos, y no solamente poder votar por representantes cuya propuesta -como lo demostró la elección del otro día- es de un vacío absoluto.

Aquí es donde entran a tallar las ideas cuya aplicación no suelen ser si no fantasmas de otras. Gustavo Valdés, grandemente aplaudido en Quilmes, habla de conquistar el federalismo tras conquistar a la democracia. Y acá surge la pregunta, ¿es democrática la realidad nacional, cuyos impuestos los cobra un organismo centralizado como la Afip, que dispone de los recursos de sus miembros (los impuestos se cobran en todo el país, pero los distribuye Buenos Aires)? ¡Ese centralismo es, al parecer, democrático para algunos, pero desconocen que quien lo puso por primera vez en práctica ha sido un rey: Louis XVI! Pero esta gigantesca contradicción es desconocida para muchos y negada por unos pocos.

Federico G. A. Zamudio

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