Películas como las de Indiana Jones, Parque Jurásico o El señor de los anillos se verían opacadas ante las posibilidades infinitas de la incompetente administración municipal.
La oferta de aventuras es una de las empresas más remunerativas del mundo; desde la organización de safaris en África hasta el paseo por los esteros del Iberá, desde escalar las montañas más empinadas de los Alpes hasta recorrer bosques y selvas casi desconocidos de Asia. Pero se necesita un raro elemento para acometer con la formación de semejante emprendimiento: la intuición para desarrollar la empresa que ofrezca este tipo de actividad.
Hay personas que buscaron un árbol antiguo y grande, le colocaron unas sillas y un cartel que indicaba que allí se había sentado algún ilustre prócer -para descansar o firmar algún tratado-, y comenzaron a cobrar a la gente para que honrara sus posaderas en el mismo lugar. Otros han hecho cosas semejantes con fuentes de agua y ranchos de adobe, sin contar los que construyeron parques temáticos o los que organizan turismo de aventura en algún lugar teñido de inhóspito.
Lo que hasta ahora nadie ha notado, es que tenemos en nuestras manos la forma de obtener un ingreso monetario casi sin realizar gastos. Un emprendimiento que atraería turistas de todas partes del mundo a esta zona de América, para engrosar las arcas de la Comuna, y donde se aseguraría al visitante la mayor de las aventuras, que opaque los recorridos por las selvas de Borneo o escalar el monte Kilimanjaro, y no hay que pensar en cosas tan triviales como los corsos o festivales del chamamé: el turismo de aventura por las calles barriales de Corrientes
Sí, ofrecer con toda la pompa propagandística recorridos, principalmente nocturnos, a pie por los barrios periféricos de la ciudad y programar los descansos en las paradas de ómnibus -llámese garita sin iluminación o mal iluminada-, utilizando como guías a los mismos habitantes de las zonas publicitadas (previa confirmación de que hayan sido asaltados solo una o dos veces en los lugares de recorrido); siempre tentando al consumidor con frases pegadizas: “Vea cómo se sobrevive en la salvaje naturaleza ciudadana”, “Sienta los pelos de punta como los vecinos”, “Atrévase a esperar 20 minutos un colectivo” o “Sea más rápido que un arrebatador”.
Además, en el paquete de oferta se pueden agregar actividades deportivas, como por ejemplo: “Caminar por las veredas sin doblarse los tobillos y esquivar los pozos” o “Llevar bolsos de mano y usar celulares evitando ser asaltado”.
Por otro lado, las actividades no se detendrían los días lluviosos, ya que las condiciones darían un mejor panorama emotivo, usando consignas como: “Espere el colectivo mientras llueve” o “Cruce la calle inundada”.
Finalmente, las jornadas diurnas podrían limitarse a recorridos por algunas esquinas donde se realiza el acopio de materiales, y los eslóganes a utilizar podrían ser: “Anímese a cruzar sin ahogarse” o “Evite ser picado por más de 500 insectos”. Claro que para desarrollar esta aventura, antes el cliente debe firmar un acuerdo donde la empresa no se responsabiliza por las enfermedades contraídas.
El único inconveniente estaría relacionado con los derechos de explotación, ya que algún ciudadano común podría pensar que es dueño de la exclusividad, por el simple hecho de vivir cotidianamente -al igual que alrededor de un cuarto de millón de personas- sintiendo la adrenalina cada vez que sale o vuelve a su casa.
Federico G. A. Zamudio