Cuando de cuestionar mandatos y cargos se trata, no hay nadie mejor que un argentino, ya que hasta aprovecha las virtudes como argumentos en contra, manteniendo las rencillas políticas, más que nada virtuales y viralizadas, que circulan como lava en pendiente para destruir, principalmente.
Como parte de ese sistema de oposición están las declaraciones contradictorias hechas por las mismas personas en momentos distintos de su propia histeria paranoide (que no me vacuno o que sí me vacuno; que faltan dosis o que sobran dosis; etcétera), creyendo que llevan agua a su pozo, pero en realidad lo están secando.
Uno de los tantos cuestionamientos es el de permanecer en un cargo o ser reelegido finita o infinitamente. Cualquier esquema argumental debería tener presente que es el pueblo el que vota, engañado o no, y es el pueblo el que pone y quita funcionarios, manteniendo presionadas las herramientas constitucionales construidas para esos casos.
La perpetuación en el cargo debe justificarse con la eficacia y la eficiencia en los actos y las decisiones. Excepto para los jueces, que al parecer el cargo es de por vida y no interesa sin le dan la papilla en el estrado mientras dictan sentencias, siendo solo evaluados por médicos que determinan el grado de Alzheimer para decidir relegarlos de su función, lo que debe ser un verdadero logro de la ciencia.
Federico G. A. Zamudio