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Apostando a sobrevivir con los hijos de los demás

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Decidir entre la salud y la escolaridad para que la balanza se incline por el triunfo político.

Muchos medios informativos muestran las manifestaciones y reclamos de algunos grupos de docentes o de padres y tutores que exigen las clases presenciales. Se dice que la virtualidad es un sistema que no sirve a causa de que no todos tienen acceso, se pone en duda la calidad de los docentes y la capacidad de entendimiento de los estudiantes; las tres causas son ciertas en alguna medida, pero se puede trabajar para solucionarlas si se está vivo.

Un argumento más con el que insisten es que el chico en su casa no aprende nada; sobre este último punto, seguramente, Tomas Alva Edison, Blas Pascal, Sophie Germain, Michael Faraday y Benjamin Franklin (por dar unos ejemplos) no estarían de acuerdo, ya que ellos no terminaron la escuela o directamente no la hicieron y estudiaron en sus casas.

Por otro lado, si, supongamos, los jóvenes perdieran uno o dos años de escuela, ¿estarían arruinando su futuro? Hay excelentes profesionales que repitieron años en la secundaria o primaria, y hasta hubo un tal Albert Einstein que tuvo problemas de aprendizaje y terminó a duras penas la enseñanza secundaria.

Otro justificativo en el que se apoyan es que el porcentaje de contagios es muy bajo para ser tenido en cuenta: el 0,12 por ciento (si es que es real el cálculo); esto quiere decir que de cada 1.000 alumnos -más o menos- 1 se contagiaría, o sea que una familia tendría un contagiado con la posibilidad de morir, ¿por qué hay que correr ese riesgo? ¿A los que quieren correrlo no les importa esa muerte o les gusta la ruleta rusa? ¿En qué momento la vida de los chicos dejó de ser más importante? La Iglesia católica también fijó su postura a favor del retorno, ¿es de suponer que tampoco le interesa esa muerte entre mil, a pesar de que hasta hace muy poco tiñeron de celeste las calles abogando por las dos vidas? Está visto que para lograr réditos políticos, a la gente (como siempre el jamón del medio) se la debe convencer de que juegue en la tómbola de la vida.

Federico G. A Zamudio

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