El fanatismo ha sido fuente de creación y de destrucción a lo largo de la historia, a pesar de la contradicción, es algo real. Ejemplos de ellos se codean con el hombre común diariamente, artistas que vuelcan su inspiración en el lienzo o el mármol, con o sin herramientas; se contraponen con el que bajo sus ropas esconde kilos de trotyl para volar en pedazos junto a sus víctimas, o el que toma un fusil y desde una azotea dispara sin importarle a quién le acierte. También los investigadores, que hacen de su ciencia su finalidad en la vida, los llamados especialistas, los científicos y los médicos.
En cada área de la sociedad existe el fanático, pero dónde más se lo nombra es en el deporte, en el fútbol principalmente, donde nos han enseñado que la hinchada no juega, pero es importante para el equipo -como una mentira institucionalizada más-. En el mundo del balompié se observan fanáticos por doquier, empezando por el que mira los partidos, los que juegan y, los más perjudiciales, los comentaristas: los infladores profesionales, para los que las jugadas comunes se convierten en excepcionales, aquellos que ven excelsas pegadas cuando vuela un botín o que convierten a un bufón en el mago del equipo, y quienes buscan afanosamente una excusa para justificar una mala jugada del crack del momento.
Cuando se relee lo escrito más arriba, sin realizar un gran esfuerzo pueden aplicarse los mismo conceptos al ámbito de la política, donde muchos están fanatizados por el poder, de tal manera que se mantienen gobernando por decenios, en algunos casos al punto de considerar que una provincia forma parte de sus dominios, actuando con la solvencia de un señor feudal y cometiendo las mismas equivocaciones. Y aquí también una importante herramienta la constituyen los infladores profesionales (que existen en ambos bandos: oficialismo y oposición), cuyos artificios lingüísticos justifican todo, desde la mala praxis hasta el desabastecimiento de oxígeno del hospital de campaña.
La realidad llama a las puertas de aquellos que son solo hinchas -que esperan ver un buen partido y quieren tener el mejor equipo-, porque, a diferencia de los que ven fútbol, la hinchada en la escena política sí juega y es crucial, ya que cuando ingresa al cuarto oscuro elige a los jugadores que ganarán o perderán el campeonato de la sociedad.
Federico G. A. Zamudio